Hace
frío y sin embargo es una tarde espléndida,
aquí en el muelle, en el medio del río y están
pescando. Como siempre he traído un libro para alternar
la lectura con esa especie de meditación que es mirar
el río y escuchar el rumor del agua. Hay algo aquí
que no se me olvida cuando camino por la madera del muelle:
mirar hacia uno de los pilotes que ha renacido de sus cenizas.
La madera tiene brotes a pesar de haberse convertido en uno
de los pilotes que sostiene el muelle. Y en verdad crece,
se está transformando en un árbol. Ahora por
qué esa madera justamente y no otra ha crecido ahí,
en medio del agua, del río marrón, sujeta a
crecientes, inundaciones, al oleaje de los alíscafos
y los barcos que van y vienen entre Buenos Aires y el Uruguay,
eso sí que no tengo la menor idea. Esa es una de las
tantas cosas que ocupan mi mente cada vez que voy ahí
y por supuesto, también la gente, la gente que está
ahí, que pesca o que circunstancialmente habla conmigo.
Entonces hoy aparece un matrimonio, una mujer primero, cercana
a los setenta años. Es una mujer gorda, el pelo lleno
de canas, la piel arrugada y usa lentes. Me pregunta por qué
estoy ahí. Para tomar aire, le digo.
Hace
frío dice la mujer.
No importa, este aire me hace bien, también me
hace bien mirar el río, estar aquí, salir de
la jaula de cemento de la ciudad aunque sea por un tiempo
nada más.
A mí también me hace bien salir de mi
casa dice.
Entonces
me cuenta, inevitablemente, que tiene dos hijos. Una hija
y un hijo y varios nietos. Pero mi hija está lejos
dice. Yo también tengo dos hijos, digo, pero son adolescentes,
viven conmigo. Ella me dice entonces que ha visto a su hija
por última vez hace un año. Fue en Miami, dice
y se le ilumina la cara. Recuerda que fue a la playa con la
hija y las nietas. Ellas se metían al agua, también
navegaban, con mi yerno, aclara. Ahí la expresión
de la mujer cambia. Mi hija se casó grande, dice, ya
tenía más de treinta años y mi yerno
le llevaba veinte. Era un viejo para ella, dice y me mira.
Indaga mi expresión pero permanezco impasible. Me sigue
contando. Mi hija rompió un noviazgo de muchos años
para casarse con él. Y ahora están tan lejos...
La mujer se queda callada, mirando el vacío. La miro.
Está pálida. ¿Qué pasó?
pregunto. Están en Francia ahora, mi yerno trabaja
en Suiza, va y viene todos los días porque vivir en
Francia es más barato. Mis nietas se afrancesaron,
van a la panadería y hablan en francés. Están
grandes.... Otra vez se produce el silencio, temo que en cualquier
momento la mujer se largue a llorar. ¿Y su hijo? Le
pregunto. Entonces la expresión le cambia. Mi hijo
está cerca, tiene tres nenas, ellos están muy
bien. Mi nuera es maestra y es psicopedagoga. Ella cría
a las nenas muy bien, les hace títeres, las entretiene.
No quiere que nadie las cuide porque ella se encarga de todo.
A mis nietas les gusta venir a casa y quedarse a dormir dice.
Me mira, mira el libro que tengo en las manos y al que he
podido dedicarle muy poco tiempo durante esa tarde. El rumor
del agua crece cuando las olas golpean contra los pilotes.
Pasa un barco rumbo al Uruguay y todo tiembla en ese muelle
que en ese momento parece frágil.
Así
es la vida, dice la mujer. Mi hija se fue porque a mi yerno
le pagaban mejor en Miami.
¿Por qué se fueron a Europa entonces?
le pregunto.
Porque mi yerno ya es grande y otra oportunidad no iba
a tener, en Suiza le pagan mejor.
¿A qué se dedica?
Es economista. Yo le decía a mi hija que no se
casara con un hombre grande, mayor que ella, que un hombre
de esa edad tenía sus manías, que iba a sufrir.
Pero no me hizo caso, dejó al novio que tenía
y se casó con él. Y él como era grande
quiso tener hijos enseguida. Así que las nenas nacieron
una detrás de la otra, deben estar grandes.
¿Cuándo las va a ver de nuevo?
No sé, iba a viajar a Francia, mi hija me manda
el pasaje pero el último viaje fue terrible, me dolía
la columna en el avión, eran demasiadas horas de viaje.
Cuando el avión llegó a Brasil quería
quedarme en el aeropuerto y no viajar más. Pero lo
hice por ver a mi hija y a mis nietas.
Ahora
hace cada vez más frío, ha comenzado a soplar
un viento fuerte con tal intensidad que parece una sudestada.
Al fondo se ven los edificios de Buenos Aires. Desde el lugar
donde estamos vemos la ciudad en forma distinta, los edificios
son sólo siluetas recortadas entre el cielo y una escasa
franja de tierra. El resto por un lado es el agua del río
y por el otro una especie de selva llamada reserva ecológica.
¿Y
usted, me dice?
Vengo aquí a descansar, a leer. Cuando mis hijos
eran chicos pescaban, ahora ya no les gusta, prefieren otros
deportes.
Pero si Dios quiere, dice, voy a ir otra vez a ver a
mi hija y a mis nietas. El otro día mi hija me escribió
una carta. Dice que viven en una casa muy linda, de dos plantas.
Que las nenas están contentas porque el pueblo es muy
tranquilo y pueden salir solas. Mi hija las manda a hacer
algunas compras para que se acostumbren al lugar. Con mi marido
les dimos una carrera a cada uno, a mi hija y a mi hijo. Mi
hijo se quedó y mi hija se fue. Muchas veces, a la
tarde me quedo pensando, callada. Entonces llega mi marido
y se enoja, me dice ¿otra vez pensado? Ya sé
en qué estás pensando. Y sí, estoy pensando
en mi hija, en mis nietas.
Por suerte las puede ir a ver digo.
Sí por suerte, dice la mujer y se queda mirando
el vacío.
Pero
la conversación se interrumpe cuando llega el marido.
Es un hombre gastado, camina derecho, pero tiene la piel arrugada
y signos de desgaste en las manos, en la expresión
cansada, un tanto dura. ¿Qué tal pregunta?
Bien
dice ella, bien.
Estábamos hablando de los hijos digo.
Ah, seguro que le estaba contando de las nietas dice
el hombre.
Sí, de las nietas digo.
Las vamos a ir a ver. A todas, a las de allá,
porque a las de acá las vemos siempre. Uno no le puede
impedir a los hijos que se vayan, que hagan su vida, porque
si lo hubiéramos hecho ahora estaríamos arrepentidos,
aclara el hombre. La vida es una sola y hay que aprovechar
las oportunidades, insiste.
Claro, pero igual las extraño dice la
mujer.
Hace
cada vez más frío y la mujer y el hombre se
despiden casi enseguida. Los dos se van del brazo caminando
por el muelle.
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