y era finalmente eso,
el firmamento,
el único fragmento
que nos abrasaba
la escarcha roja que cubría
sus cenizas, las cosechas;
el oro
y sus vestigios de flama
carcomida por el viento
la historia nos obliga a defendernos...
Éramos tan minúsculos,
pero sabios sobre el polvo
adusto de la tierra,
obvios...
quizás un fuego perdido
que horada los ángulos muertos
de tus esferas imperfectas