Es
un agujerito lo que tienen dijo Darío Villa,
a modo de esclarecimiento. Es así dijo,
y dibujó sobre la tierra con una rama.
Los
demás acercamos las cabezas pero sin darle importancia
al asunto, como si no fuese la primera vez que recibíamos
una explicación tan detallada de ese misterioso tesoro
que ninguno de los cuatro, incluido el improvisado docente,
había tenido oportunidad de conocer en detalle.
Al
dibujo, Villa lo copió del recuerdo de otro, que, unos
días antes, le mostró su compañero de
banco: había sido hecho en una hoja rayada de cuaderno
Rivadavia y estaba oculto en el Manual del alumno bonaerense.
Te
olvidaste de los pelos dijo Rafo, con los labios llenos
de la saliva que siempre se le caía al hablar.
¿Qué? protestó Villa.
El habla de que todas las conchas son peludas dijo
Gómez.
A mí, esas dos palabras, concha y peluda, me dieron
vergüenza y sentí cómo se me cambiaba el
color en la cara.
No
todas tienen pelos atacó Villa.
¿Qué decís, boludo? gritó
Rafo alejando su cuerpo del grupo, irguiendo todo su grueso
cuerpo como si fuese a pegarle. Lo miramos.
¿Qué decís? insistió.
No te calentés pidió Gómez,
parándose y caminando hacia Rafo (que se reía
y se rascaba la panza).
El calor de febrero, a esa hora de la tarde, es una masa de
aire pesado que te quema en la piel. Estábamos en el
club, a la sombra, esperando a Mercado y a los otros. Era
un martes o un jueves del año 1978.
No sé si ahora, donde estén, Villa, Rafo y Gómez
se acordarán de aquella conversación. Pasaron
tantos años que ni siquiera yo, el encargado de contar
la historia, tengo presente cada detalle.
Ya
dije que los cuatro nos movíamos alrededor del dibujo,
lo que todavía no mencioné es que Rafo nos llevaba
una cabeza, que Villa era flaquísimo y cabezón
y que a Gómez le decíamos Mister Magoo porque
en el arco parecía un ciego.
Hay minas que se afeitan ahí dijo Villa.
No digas pelotudeces dijo Rafo.
Si se pasan la maquinita se pueden cortar dijo
Gómez.
Mi hermana se afeita dijo Villa.
No jodas desconfió Gómez.
A ver atacó Rafo, traé a la
boluda de tu hermana y que muestre.
Estás loco Villa borró el dibujo
con la misma rama que había usado para hacerlo.
Estás
loco repitió.
Que venga tu hermana dijo Rafo.
¿Vos qué pensás, Bochini? me
habló Gómez.
Dudé. Si me quedaba callado iban a darse cuenta de
que no sabía, pero si hablaba podía cometer
algún error y eso sería peor, más humillante.
Unos minutos antes del dibujo de Villa yo ignoraba que el
sexo femenino fuese tan complejo. La explicación había
empezado a asustarme.
Creo
que sí arriesgué, puede afeitarse.
Otro boludo dijo Rafo mirándome.
¿Por qué no traés a tu hermana?
gritó Gómez.
Rafo dijo: Traela y me la recontracojo.
Con mi hermana no te metás.
¿Qué?, ¿sos malo?, ¿querés
piñas? Rafo se le acercó hasta casi tocarlo.
Pará,
pará dijo Gómez metiendose en el medio
y empujándolos en sentidos opuestos.
A
Villa le temblaban los labios.
Dejate de hinchar mandó Gómez, enfrentando
a Rafo (que se reía y se rascaba la panza).
Es un cagón dijo Rafo, mirando a Villa
que le daba la espalda y volvía a dibujar con la rama
en la tierra.
Puto
y cagón.
Chupame un huevo dijo Villa.
Bueno,
sacálo dijo Rafo. Seguro que tenés
los huevos bien afeitados.
Basta forros ordenó Gómez.
Si llega Mercado y los ve peleando los raja.
¿Vos le mirás la concha a tu hermana?
preguntó Rafo.
Ella me la muestra dijo Villa.
¿Está fuerte tu hermana? volvió
a empezar Rafo.
La puta madre dijo Gómez, olvídense
de la hermana de éste. Basta.
Y después dijo: La que está fuerte es Graciela
Alfano.
A
mí me gusta más Susana Traverso dijo Rafo.
A vos ¿cuál te gusta? me preguntó
Gómez.
Laura dije.
¿Qué
Laura? dijo Gómez.
Laura Ingalls respondí, sin pensarlo.
Los tres se rieron.
¿Te
gusta más ese boludita que Graciela Alfano o que Moria
Casán? gritó Rafo.
Sí contesté.
Qué boludo dijo Gómez.
Villa volvió a su dibujo pero esta vez lo hizo mucho
más grande.
Así
dijo.
Esa es la grandísima concha de Moria Casán
dijo Rafo.
No dijo Gómez es la de Laura Ingalls
y los tres se revolcaron.
Así que te gusta Laura Ingalls reflexionó
Rafo.
Pero ésa no tiene gomas habló Gómez.
La hermana es más linda, ¿cómo se llama?
Mary dije.
Sí, ésa. Esa está fuerte dijo
Gómez.
La que está fuerte es Moria Casán dijo
Rafo, rascándose la panza.
Concentrado en su dibujo de una mujer llena de redondeces
y lampiña en la entrepierna, Villa, arrodillado, movía
con destreza la rama que le servía de pincel. Por un
momento nos habíamos olvidado de él.
Hermosa
dijo, de pronto y lo miramos.
¿Quién es? gritó Rafo.
Adiviná dijo Villa.
Mercado dijo Rafo.
¿Esa
mina es Mercado? preguntó Gómez.
No, boludo dijo Rafo el del Peugeot blanco
es Mercado.
En
ese momento se metía el coche pasando sobre el dibujo
de la mujer y haciendo chillar la bocina. Atrás de
Mercado bajaron unos cuantos chicos que se nos acercaron para
saludar con piñas, gritos y patadas.
A correr, boluditos habló Mercado. Tenía
tres pelotas abajo de los brazos y el silbato colgando del
cuello.
Correr bajo el rayo del sol de febrero, correr de a dos llevando
la pelota pegada, haciéndola rebotar en un pie, en
el otro, correr, trotar, hacer piques, correr de espaldas,
trotar de espaldas, picar de espaldas, correr. Subir al trote
las tribunas de madera, bajar al trote las tribunas de madera,
con las puteadas de Mercado desde abajo, apoyado en el alambrado:
Vamos los pajeritos, decía. Correr, llevar la pelota
con la izquierda y después con la derecha, hacer flexiones,
hacer un loco, patear con las dos, cabecear, volver a correr.
Antes
del picado, tirados boca arriba y con las piernas en alto,
descansamos unos minutos.
Eramos
doce. Yo estaba al lado de Villa, con los ojos cerrados, la
remera pegada a la piel.
Che
me llamó, ¿es en serio lo que dijiste?
Qué cosa.
Que te gusta la boludita de la televisión.
Es
linda.
¿Y Moria Casán?
Un poco.
¿No tenés novia?
Tenía.
¿Y
ahora?
No. ¿Y vos?
Tampoco.
¿Es cierto que tu hermana te muestra?
Claro que es cierto.
¿Cuántos años tiene?
Como quince, no sé.
¿Y te deja tocar?
Claro.
Que bárbaro.
A correr gritó Mercado y pateó las
tres pelotas en distintas direcciones. Todos nos paramos de
golpe.
Encabezando
el pelotón íbamos Villa y yo, respirando con
la nariz y largando el aire por la boca, dando larguísimos
pasos con la cabeza erguida y la espalda recta. Cuando Mercado
hacía sonar el silbato había que picar sin pasarse.
A Darío Villa la melena se le pegaba en la cara y le
tapaba los ojos. A la segunda orden había que bajar
la velocidad de golpe y seguir trotando.
Gómez
venía cerca, esforzándose por no quedarse sin
aire. Rafo estaba atrás, al fondo, las piernas le pesaban.
Cuando
Mercado terminó su cigarrillo hizo los arcos con ropa
y nos llamó.
Corriendo
dijo. Y armó los equipos.
Boludo
habló Gómez tocándole un hombro
a Villa.
Qué
dijo el aludido, dándose vuelta, mirándolo.
¿Quién era la mina?
¿Qué mina?
La que dibujaste.
Mi hermana.
Qué va a ser dijo Rafo, lejos.
Es dijo Villa.
¿Por qué no la traés el domingo
y me la presentás? dijo Gómez, palmeándolo.
Tiene novio dijo Villa.
Y qué. Yo la quiero para coger nomás dijo
Gómez, pasándose la lengua entre los
labios.
Vos no le hacés ni cosquilla gritó
el chico dándole la espalda.
Villa, Gómez, Bochini dijo Mercado
vengan para acá, carajo.
Vos
traéla dijo Gómez.
Chupame un huevo dijo Villa.
Sacálo dijo Gómez.
Acá no Villa volvió a quitarse el
pelo de la cara y escupió.
Rascándose la panza, la saliva cayendo por la comisura
de los labios, los cordones sueltos, Rafo saltó sobre
nosotros y nos golpeó la espalda.
Jugamos juntos dijo.
No
me toqués chilló Villa.
Andá a cagar escupió Rafo.
Después, en el vestuario, abajo del agua tibia, con
toallas mojadas que picaban en la carne, con empujones, nos
bañamos sin jabón y sin champú, apurados
para no quedar tan expuestos, a la vista de todos, ya que
a nadie le gusta que lo llamen pijita o culón o ñoqui.
Cuando nos cambiábamos Villa dijo: Vamos.
¿A dónde? preguntó Rafo mientras
se aplastaba los rulos con el peine.
A mi casa dijo Villa, vamos a ver a la que
no tiene pelos.
Hubo que tomar dos colectivos. Se hizo de noche. Nos metimos
por calles de tierra, esquivamos perros, alguna carreta, coches
a toda velocidad que levantaban polvo. Al principio hablábamos
pero a medida que nos íbamos acercando a la casa enmudecimos
de golpe, incluso Rafo, que nunca se callaba, parecía
ausente, concentrado en sus pensamientos.
Villa
nos hizo parar frente a una prefabricada con un pequeño
jardín protegido por alambre.
Esperen dijo y se metió.
Al
rato salió comiendo un sánguche y haciendo señas
para que entremos. Rafo y Gómez iban adelante, yo atrás.
Lo primero que viene a mi memoria al pensar en esa casa es
el olor: olor a fritura. Adentro había dos mujeres
viejas que tenían una sombra de bigote en el labio
superior y una chica que bien podía ser la hermana
de Villa, gordita, petisa, con el pelo, gomoso, pegado a la
cara. Miraban televisión. Ninguna de las tres se fijó
en nosotros. Nos metimos en una pieza sin puerta en la que
apenas cabía la cama. Quedamos los cuatro sentados
con la espalda apoyada en la pared.
Villa
dijo, en voz baja: Es ésa.
Rafo sonrió (yo creo que estaba nervioso) y se rascó
la panza.
Gómez dijo, también en voz baja: Y ahora qué.
Villa
se puso el dedo índice de la mano derecha sobre los
labios.
Ya va dijo.
Lo
miramos.
María gritó.
Qué querés gritó alguien
desde la zona del televisor. La voz era áspera, gruesa.
Vení.
Para qué.
Que vengas.
Oimos
unos pasos, el ruido de las chancletas arrastrándose,
el ruido de una boca masticando chicle.
¿Qué
vas a hacer? palideció de golpe, Gómez.
¿Qué? dijo María, el cuerpo
recostado en el umbral, mirando a su hermano, mirándonos
a nosotros, haciendo globos con el chicle.
Estos dijo Villa.
¿Qué pasa? preguntó la chica.
No me creen dijo Villa, sacándose el pelo
de la cara, haciendo un esfuerzo por quitarle potencia a su
voz. No creen que te afeitás la concha.
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