El
Mausoleo Iluminado,
Antología del ensayo en Colombia, compilación
de Óscar Torres Duque publicado por la Presidencia
de la República, 1997, no permite un examen completo
y serio sobre este género. De los veinticinco autores
seleccionados solo cuatro son ensayistas de oficio. Los demás,
políticos afincados en sus fanatismos, logran cuadros
confesionales distantes de la objetividad. Otros, como Max
Grillo, se valen de su poder para escribir de lo que no saben
pues "critica" a Víctor Hugo armado de su
biografía sin haber leído la obra. Otros gozaron
de prestigio pero su ensayística no resistió
el paso del tiempo, víctimas ellos mismos de equivocaciones
supinas que La Ciencia o La Historia se encargó de
demoler. Si bien hay que reconocer el acierto de la inclusión
de Simón Bolívar es deplorable el hecho del
olvido del "Memorial de Agravios" acaso el primero
de los ensayos "made in Colombia" por la estructura
analítica, la presentación de argumentos y las
conclusiones finales. En realidad El Ensayo fue como una casa
de citas. El escritor rendía un examen de información
señalando, comentando, repitiendo o retorciendo lo
que dijo tal autor no para darle peso a sus ideas sino con
el objetivo egolátrico de parecer "leído"
o informado o al día. Trabajó con la premisa
"yo tengo razón si lo que digo ya lo pensó
fulano el famoso escritor inglés, francés..."
Tal sistema de trabajo sirvió en su momento como base
de referencias sin autenticidad ni frescura. Se trató
siempre de un problema de fe y sobrevivencia. Por eso la heterodoxia
sufrió el acoso de las ortodoxias. El Ensayo, El Tratado
que resistió el examen de La Historia, no fue aquél
que repitió la cadena yo lo digo porque lo dijo Pedro
que comenta a Juan pues lo analizó Santiago que estudió
a Jacobo. Miles de páginas hay sin una verdad o una
mentira o una frase memorable. La Historia, por ejemplo, la
escriben los vencedores. El Ensayo histórico es un
infinito biografiario, casi hagiográfico, destinado
a canonizar ladrones, borrachos, asesinos, prostitutas, pervertidos
de tal o cual casta, de tal o cual apellido "ilustre",
de tal o cual color nacidos en cunas de rancia aristocracia.
Los estudios de historia no pasaron el límite de un
datero frío, descontextualizado de La Economía,
La Sociología y Las Artes. Sin confrontación
o análisis, esos extensos y soporíferos libros
no preguntan y como no preguntan no interpretan, no unen los
lazos rotos que pudieran explicar los intensos porqués
de guerras, magnicidios, golpes de estado, hambrunas, guerrillas,
persecuciones sectarias. Recargados de colores que deslumbran
el entendimiento no permiten acercamientos a la verdad. La
Historia es roja, azul, amarilla, verde, blanca, negra, comprometida
con una casta o una dirigencia. Las voces fuera del coro fueron
castigadas con el silenciamiento. No ser comentado o recomendado
fue casi siempre sinónimo de claridad conceptual: el
autor era ininteligible para la intelectualidad inscrita en
los círculos oficiales y desnudaba hechos inconvenientes
o secretos. En otros casos el supuesto "libro de historia"
fue un cálido anecdotario personal empañado
por la cortina de la nostalgia sin la objetividad o la cordura
o la seriedad que El Ensayo exige. En el mismísimo
Suetonio hay una carga de afectos y odios que lo descompensan.
Thomas Carlyle allana el camino del fascismo con el cuento
del superhombre. En cambio son poco difundidas las obras de
Jules Michelet y Alfonse de Lamartine. En Colombia, Fernando
González canoniza a Bolívar pero sataniza a
Santander desenmascarando el carácter fundamentalista
conque descalificó a sus enemigos. ¿Y por qué
no conocemos "Los Inconformes" de Ignacio Torres
Giraldo? ¿O los juiciosos estudios de Alfredo Molano,
Luis vidales, Eduardo Santa, o Arturo Alape?. ¿O ese
esclarecedor estudio sobre la violencia en Colombia cuyo autor
es académico de la U. del Quindío?. La Historia
es encadenamiento, confrontación, explicación.
En ella nada tiene empleo sin La Economía y La Economía,
dice Marx, es un problema de clases, ergo La Historia es un
problema de clases, de su desenvolvimiento, desarrollo, progreso
o desprogreso.
En
filosofía el panorama no es distinto. El siglo XX no
produjo pensadores importantes porque el siglo XX borró,
negó y renegó de las verdades de casi todos
los filósofos cuyos retratos, bustos, pedestales y
estatuas presiden las aulas del mundo. No hay Ciencia en Colombia,
no hay Ciencia en Latinoamérica, no hay pensamiento
latinoamericano, no hay pensamiento colombiano como
si se pudiera abstraer el pensamiento particular del orden
universal porque la educación confesional se
encargó de castrar toda posibilidad de desarrollo.
"Los filósofos", desde Fernando González
a Estanislao Zuleta, cifraron su vida y su obra en cierta
especialización sospechosa. Sabían de memoria
a Platón, Aristóteles, Schopenhauer, Kant, y
no a la manera de Farenheit 451 de Bradbury. Incluso Zuleta
se sabe a Marx, Freud, Mann, los explica, cita, "amplía"
en el mejor de los casos, pero no los aplica, no continúa
sus obras inconclusas, no desarrolla una teoría personal
que pudiera llamarse zuletismo en el sentido de escuela o
tendencia o acercamiento a la cultura. Los demás, los
que no alcanzan su dimensión, tratan a los tratadistas,
repiten a los maestros consagrados, son intermediarios prescindibles
entre el filósofo y su obra y una cauda de ingenuos
que fundamentan su fe en la cátedra de atriles y tarimas
donde los oyentes los ven más altos, sabios, informados
e inteligentes de lo que son en realidad. Además no
hay filósofos a la derecha. Se supone que "el
pensador", sinónimo estereotipado de filósofo,
está más cerca de la resistencia que cualquiera
otro de los mortales. Los procesos de exterminio a lo largo
del meridiano de Greenwich, el hostigamiento y silenciamiento
de La Utopía en Nicaragua, El Salvador, Guatemala,
México, Colombia, Chile, Argentina, no han tenido otros
analistas que Carlos Fuentes y Nöam Chomski y, recientemente,
Humberto Eco. Menos aún la nueva cruzada capitalista,
el genocidio del pueblo palestino, ha tenido su filósofo.
En
realidad El Ensayo fue territorio, reino podría decirse,
de los juristas o letrados en oposición a los
iletrados o analfabetas. Se autoconcedieron el título
de escritores pues los demás eran los poetas o grifos
o bohemios o locos. Instruídos para el foro, su discurso
debía convencer al auditorio los jurados de conciencia
p.e. de la inocencia, la culpa o la duda y, en el mejor
de los casos, de la conveniencia o inconveniencia de una ley.
Abogados que se doblaron de políticos y políticos
que se doblaron de ensayistas, colonizaron El Ensayo como
un feudo con cercas y alambradas. Y dogmatizaron en todo.
Ciencias, artes, literaturas fueron precipitadas al infierno
de los credos. Con los curas o contra los curas, con los políticos
o contra los políticos, su prédica se convirtió
en principio de fe publicitada o contrapublicitada en los
púlpitos. Con el monopolio de tribunas, imprentas oficiales
y la veneración fanática y ciega de las feligresías
El Ensayo se convirtió en un instrumento de poder y
de violencia. Los "mejores" ensayos en ciento cincuenta
años explican por qué fue bueno exterminar la
población aborigen de América. Por qué
fue necesaria la guerra religiosa en Colombia desde La Nueva
Granada. Por qué los explotadores del pueblo, expoliadores
y ladrones de todos los fiscos, merecen la reverencia, el
reconocimiento y el notablato. Por qué bailar es pecado.
Por qué Pío Nono debe ser santo. Por qué
es conveniente el exterminio de ateos, herejes, paganos, masones,
anticlericales, sionistas. El Ensayo y el ensayista perdieron
la objetividad y derivaron hacia las proclamas de los más
crudos fanatismos alrededor de los cuales se formaron grupos
sectarios con un orden jerárquico, un brazo armado
y un culto que era presidido desde un altar hagiológico
por el político o el ensayista de turno.
Lo curioso es que tales santones no tuvieron jamás
fe en su grey. Alguno, muy famoso, dijo a los cuatro vientos
de una emisora que "Colombia es un país de cafres".
Quien otro se refería al pueblo como "esa gleba
ignara". Quien menos se dirige a "su gente"
como ustedes los colombianos, ustedes los pecadores. Consecuencia
inmediata de este ejercicio fue la sociedad del mutuo elogio.
Malo, regular o bueno, el autor de un libro tendría
a su disposición púlpitos y tribunas, periódicos
y revistas culturales para difundir su genialidad, recomendar
su lectura, proponer su estudio en tertulias, "grupos
de oración" y sociedades pías. No faltaron
los seguidores fieles y ciegos, mucho más fundamentalistas
que el canon, siervos y esclavos sin contraprestación,
que usaron El Ensayo como un acto de sicarismo para exterminar
ideológica, literaria e intelectualmente a los otros,
los que ejercían la libertad de discutir, disentir
y denunciar. Actuaron como idiotas útiles de esa aristocracia
de las letras y contribuyeron a formar famas y pretigios no
siempre legítimos. Si nos acercáramos a esas
famas y esas obras con una mirada crítica y con la
esperanza de aprender veríamos desencantados que no
resisten un examen: en la reciente antología de ensayo
citada antes, el mejor dotado de los escritores sigue siendo
Simón Bolívar. Los más, contadas una
o dos honrosas excepciones, son simples comentaristas, aduladores
de oficio cobijados bajo la sombra amplia de algún
árbol. Luis López de Mesa y Baldomero Sanín
Cano se graduaron como humanistas en medio de una sociedad
que no miraba para los lados y menos para abajo pero daban
la impresión de una cultura democrática. A José
María Vargas Vila ya no lo lee nadie. Pretendió
combatir fanatismo con fanatismo, la violencia de la palabra
con la violencia de su palabra. En honor a la verdad, es el
más claro e insigne exponente del Grecolatinismo nacional:
su preocupación primaria no fue el país sino
las peloteras de griegos, romanos e indúes. Su mismo
estilo fue un distractor para el millón de lectores,
generalmente obreros y artesanos, que debían armarse
de diccionarios en todas las lenguas para interpretarlo. Especialista
en retorcer el significado de las palabras, dejó "escuela
hecha" en políticos, oradores y "ensayistas".
Su estilo grandilocuente que escarnecía al contrario
es todavía hoy imitado por ciertos ministros que demuelen
al enemigo con el sólido cuchillo de las palabras dichas
con la soltura de un chiste pero afiladas con el veneno necesario
para hacer daño. Como quiera que estos ensayistas acometieron
todos los temas se podría afirmar que El Ensayo literario
brilló por su ausencia durante décadas. "La
crítica" participó con maliciosa constancia
de los males políticos que nos aquejaron desde 1783
en el estallido de la Revolución de los comuneros.
Se desconocen, se ignoran o se borran del mapa autores y obras
"del otro partido". No hay estudios de literatura.
La crítica se limitó a comentarios de parte
interesada, motivados siempre por odios y afectos inexplicables,
irresponsables, con ánimo descalificador o laudatorio
generalmente sin la lectura previa de la obra en comento,
casi chismes repetidos de boca en boca. Risaralda y La Vorágine
fueron hermanadas en una equivocación supina de Arango
Ferrer que hoy, si pudiera, rectificaría. Comparadas
se podría afirmar con Estanislao Zuleta que ambas son
novelitas lamentables. Aunque La Vorágine podría
ser la primera novela posmoderna merced a su estructura, Rivera
escribió sobre la selva, no de la selva, no vivió
la selva. Arias Trujillo escribió, y por encargo, sobre
El Valle del Risaralda pero no vivió El Valle del Risaralda.
Tales comentaristas crean un vacío muy perjudicial:
hoy por hoy no sabemos nada de la autenticidad, el valor y
la cobertura de las letras. Y como si fuera poco se dan los
ensayistas mercenarios vendidos a la editorial que canonizan
autores y obras por la paga y no por la convicción.
Y en el otro extremo está la crítica reputada
de seria pero viciada de conceptos que desconocen La Historia
y la Sociología y presentan una visión parcializada
y de rodillas de grupos, tendencias y épocas.
La mayoría de los exámenes en novela, cuento,
poesía se reducen a inventarios o memorias por aparición
de autores y obras. Son escasos los estudiostipo que tienden
a hermanar La Historia y La Literatura, La Sociología
y La Literatura como ventanas de doble marco para mirar procesos
sociales, valores y tabúes, sincretismos y acretismos.
La rima y la métrica solo tienen hoy explicación
en comunidades iletradas sobrevivientes del siglo XVIII. Como
quiera que el ensayista, en especial, es un intérprete
del pasado que escribe para el futuro, los paradigmas de ensayo
propuestos por Milan Kundera o Marshall Berman aún
no son objeto de imitación, de estudio o paratextualidad.
Menéndez Pidal, quien nos enseñó a entender,
interiorizar y, sobre todo, a amar a Cervantes, Lope, De la
Cruz, se ha vuelto invisible en las academias. Las propuestas
de un método o de una visión o de un acercamiento
a las técnicas del autor, los conflictos del hombre,
las mutaciones sociales no constituyen paradigmas dignos de
síntesis. O La Biblioteca es cada vez menos visitada,
los sobrevivientes del libro no tienen vida suficiente y eficiente
para ser la suma de todo lo que es necesario leer.
Algunos
de los nuestros, por fortuna, han captado el mensaje: William
Ospina demostró con Menéndez Pidal que los mejores
estudios de historia más literatura son posibles cien
años después de cien años. Rodrigo Parra
Sandoval, Julio César Londoño y Darío
Ruiz aprendieron de Berman o Hawkins que La Ciencia, La Filosofía,
La Arquitectura, tienen aplicaciones y explicaciones literarias.
¿Y dónde encajan Nodier Botero, Orlando Mejía
y Eduardo López? El juicio de sus trabajos, la claridad
de sus conceptos, la contundencia de sus demostraciones los
hacen habitantes perpetuos en los lomos de los libros, su
cifra es el código de barras, la signatura topográfica,
la velocidad de los canales hiperespaciales.
No
obstante, el problema no es tan simple. Los académicos
suelen hablar en largas ponencias de El Ensayo, La Novela,
El Cuento, La Poesía, con el pretexto de que todos
los auditorios saben qué es El Ensayo, El Cuento...
El Ensayo no es ahora lo mismo que hace cien años o
mil años o cinco mil años. Ha evolucionado.
Sus cambios parecen tan imperceptibles que en colegios y universidades
se confunden términos como Monografía con Ensayo,
o Protocolo con Monografía, o Tesis con Protocolo.
Y entonces ¿Qué es El Ensayo? ¿Cómo
fue? ¿Cuál el camino recorrido por los escritores
para llegar al más importante medio de opinión
del hombre?. Las respuestas a estas preguntas exigen un abordaje
de largas lecturas, múltiples aplicaciones, intensas
consultas en otras disciplinas: en un lugar de La Mancha,
cuyo nombre se recuerda ahora con tristeza, se dio uno de
los hitos más dramáticos y trágicos en
La Historia: don Alonso Quijano pierde la razón no
su razón sino la razón según Cervantes
y esta pérdida lo incita a cometer un crimen de lesa
humanidad que literatos, historiadores y académicos
apenas notaron hasta hoy: la incineración de su biblioteca.
Si quemar un libro es quemar un árbol, lo ecológico
aquí es intrascendente si se piensa que un libro es
una vida y por tanto un librario es la suma de muchas vidas.
El mundo no se recupera aún de la desaparición
en llamas de la Biblioteca de Alejandría. Pero esta
quemazón, la de Alonso, es más dolorosa en cuanto
pasó más desapercibida. Simbólico o no,
literario o no, este acto vandálico relieva preguntas
respondidas apenas por el humo. ¿Cuáles teorías,
cuánta información, qué autores, qué
obras, qué héroes o villanos se esfumaron para
siempre que mostraran alguna luz para el cabal entendimiento
de Las Cruzadas?. Sin duda Cervantes protesta contra los genocidios
que significaron las campañas supuestamente religiosas
de los fundadores del capitalismo. O tal vez don Miguel intuyó
que La Inquisición le seguía los pasos y fingió
la locura de Quijano para mostrar otros aspectos alrededor
del libro: quien termina de leer una obra no es igual al de
la primera página. El libro y por ende La Biblioteca
son laberintos de los que nunca se sale. Leer un folio ya
nos hace distintos frente al otro. Leer nos pone en contacto
con mundos virtuales, verdades insospechadas, teorías
que cambian la visión del universo y La Historia, es
decir, margina al lector a orillas desde las cuales ve a los
no lectores con cierta suficiencia de poder, con alguna soberbia.
El otro lo ve igual, marginal o marginado, distinto o loco.
Eco, el Humberto, desarrolla esta certeza de la lectura como
laberinto en esa terrible y brillante recreación del
incendio en Alejandría que es El nombre de la rosa.
La Biblioteca o El Laberinto no es un lugar para el común
de los mortales. Es necesario entrar a sus salones y pasillos
con claves que guíen el tránsito, no el retorno,
no la salida. Habrá quienes pasen toda su existencia
en una sola de las salas o quien deambule por los anaqueles
buscando puertas y ventanas sin encontrar jamás una
leve raya de luz, una filtración de aire y sol. El
problema es que, años después, Adso, el aprendiz,
regresa a las ruinas y encuentra que alrededor del monasterio
forma superior de La Biblioteca ya no hay progreso,
bienestar ni conocimiento. Las aldeas que prosperaron a la
sombra amiga de los muros conventuales ya no existen. No hay
alquerías, sembrados, jardines. Vegetales selváticos
invaden los terrenos. Solo el cementerio es reconocible. Grandes
aves de presa atrapan largartijas y serpientes. Las órbitas
vacías de los ventanales lloran lágrimas viscosas
en forma de "pútridas plantas trepadoras".
La imagen pues no puede ser más brutal, menos gráfica:
La Biblioteca, o el laberinto, genera conocimiento, el conocimiento
progreso, el progreso bienestar, el bienestar cultura, en
un retorno que va de libro a libro por un camino erizado de
peligros, hostigamientos, incineraciones, locura en fin.
Por
supuesto, esta interpretación un poco apocalíptica
no es la única. Más esperanzadora y compleja
es la genial alegoría borgiana en la cual el universo
Es La Biblioteca compuesta por infinitos exágonos,
compuestos por infinitos anaqueles en donde reposa un infinito
número de libros compuestos por el finito número
de veinticinco signos. En ésta, La de Babel, todo está
escrito, incluso en las lenguas que aún no son. Borges
supone un habitante, un hombre, El hombre, por cada tres exágonos,
es decir, calcula las lecturas posibles en el trascurso de
una vida pero intuye con tristeza que La Biblioteca está
cada vez más deshabitada, cada vez es menos posible
El hombre del libro o, interpretando al autor, el hombrelibro:
En algún anaquel de algún exágono, dice
Jorge Luis, debe existir un libro que sea el compendio y la
cifra de todos los demás: algún bibliotecario
lo ha recorrido y es análogo a un dios.
Inquieto
por este acertijo Bertrand Russell dedicó parte de
su vida, obra y ejercicios matemáticos a demostrar
que ese libro, al mismo tiempo el todo y la parte, podría
ser el gran catálogo o catálogo de catálogos
que contiene a todos los libros pero es un libro perdido en
cualquier rincón de cualquier anaquel de cualquier
exágono. La metáfora borgiana se une aquí
con la metáfora de Russell: el hombre, el lector, es
el catálogo de catálogos, al mismo tiempo El
Libro y todos los libros, el único que Es La Biblioteca
y uno de sus tomos, la única posibilidad de contener
el Universo y ser su parte pues sin su aprehensión
el universo es imposible. Como Diógenes, llamado cínico
por las perversiones escolásticas y jesuíticas,
Russell buscaba El Hombre. No un hombre sino El hombre, este
hombre, catálogo de catálogos, universo y bibliotecario,
universo y ser, hombre y dios, hombrelibro, capaz de contener
a dios y ser parte de Él pues lo concibe, lo aprehende
o, dicho de otro modo, capaz de contener el universo y ser
parte de Él pues lo concibe, lo aprehende.
Ray
Bradbury, más fatalista pero igualmente más
ingenioso, desarrolla esta idea previendo una Alejandría
mundial, un incendio general: en efecto, los políticos
y las huestes de poder elevan el libro a la categoría
de bruja y descubren su facultad emancipadora, le atribuyen
el caráter de alimentador de la resistencia y lo condenan
a la hoguera. Para salvarlo, Bradbury crea sectas secretas,
como deben ser todas las sectas, y entonces Juan recita de
memoria a Sócrates, Pedro a Platón, Santiago
a Esquilo, de tal manera que, La Comunidad, Es La biblioteca
compuesta de hombreslibro.
Borges,
Eco y Bradbury insinúan otras metáforas. La
más importante es que no hay biblioteca sin bibliotecario.
En algún anaquel de algún exágono, dice
Borges, debe existir un libro que sea la cifra y el compendio
perfecto de todos los demás. Algún bibliotecario
lo ha recorrido y es análogo a un dios. El hombre,
el imperfecto bibliotecario, es conciencia de ser, guía,
mentor, consejero y, sobre todo, baquiano que advierte trampas
y peligros, llama la atención sobre la belleza y la
fealdad, la imprudencia o el valor, las distancias, las travesías
y los caminos. En Eco el bibliotecario se estigmatiza con
aire de malignidad pero advierte el riesgo de entrar a algunos
exágonos, a ciertas salas, a tomos no prohibidos sino
que han menester de condiciones especiales para enajenarse
con mayor o menor grado de locura o de aceptación de
la locura.
Este
mismo bibliotecario se encuentra magistralmente descrito en
el palinsesto que de El Guardagujas hace Orlando Mejía
Rivera. Para este novelador, el guardagujas es la estación
donde el visitante encuentra La Biblioteca tan enorme y vasta
que son necesarios trenes con destino a Hölderling, Aristóteles,
Homero. O trenes de velocidad regulada que se dirigen a La
Montaña Mágica, Los Hermanos Karamazov, El Ser
y la Nada. Y entonces el visitante hallará un trenero
que anuncie la próxima parada: tren con destino a Cristo
se detuvo en Éboli, salida 9,05 g.m.t., muelle seis;
autoferro para El Castillo, un cupo, 6 p.m. puerta 20; Ave
con destino a Gabriel García Márquez, paradas
en William Faulkner, Carlo Levi, Cepeda Samudio. Habrá
quien tome una ruta abierta, general, y el tiquetero irá
anunciando los puertos de paso: estación Klowsouski,
estación Wittgenstein, estación Dickenstein...
Si
se piensa en el esterotipo del guardagujas la imagen no podría
ser más bella y elocuente: el guía es un hombre,
El hombre, de aspecto humilde pero socarrón, vestido
a la usanza de los treneros con su uniforme azul de trenero
y su infaltable gorra de trenero y su ineluctable lámpara
de trenero que muestra el camino de los rieles, hace señales
e ilumina la oscuridad: Diógenes otra vez que busca
El Hombre para hacerlo su carnal, no su cómplice sino
su par.
Este
tren, este trenero, van con destino a El Ensayo en un viaje
por el infinito número de exágonos de La Biblioteca.
Arriba y abajo y en los espejos de los pasillos se verán
interminables galerías y anaqueles marcados con signos
góticos y lemas en distintas lenguas: latín,
francés, inglés, español marginal. Algunos
ostentan una x roja, otros negra, otros un signo de interrogación,
los menos de admiración. A Jorge Luis Borges se le
olvidó decir que la mayor parte de esta esfera descomunal
se compone de un infinito número de exágonos
dedicados al ensayo. Los veremos, dice el guía, con
nombres de países que fueron y serán, ciudades,
sitios. Anaqueles inmensos con títulos de materias,
ciencias, artes, oficios, religiones, dioses, ritos, preces,
héroes, villanos, taumaturgos, demiurgos, tratados,
análisis, comentarios, estudios, glosas, memorias,
escolios, síntesis, planteamientos, anotaciones a Schopenhauer,
a Kierkegaard, a... Ensayos prohibidos. Ensayos equívocos.
Escritos para demostrar la tautología El hombre es
dios dios es el hombre, el imperfecto bibliotecario, el único
habitante de La Biblioteca. ¿Cuál es el interés?
¿Qué se necesita? pregunta el guía. Ésta
es la sala de El Ensayo sobre El Ensayo. Aquí están
todas las respuestas. Veamos un ejemplar: "El Ensayo
o la necesidad de convencer", tomo 3,1416, página
1533: la ilustra un personaje de negro bigote, calva redonda
y brillante. Viste una casaca de lana gruesa que termina en
cuello de golas a la usanza de El Renacimiento. Hay en sus
ojos un signo de interrogación. Los labios delgados
dibujan una eterna mueca de duda, un torcido mohín
displicente. Título primero, ESSAYS: "... en enciclopedias
y universidades se dice que El Ensayo fue creado por Miguel
de Montaigne pero antes del francés ¿no se escribían
tratados? ¿Cómo sabemos hoy de Plutarco, Hesíodo
y Suetonio? ¿Quiénes inventaron La Historia?
¿Y de qué manera se expresaron los latinos sino
mediante las juiciosas disquisiciones alrededor de la gramática?
¿Y cuál es la voz de La Ciencia, La Economía,
La Filosofía, La Historia? ¿Y La Oratoria? ¿Qué
hay de las filípicas y las catilinarias?
La
Oratoria fue la herramienta para expresar y debatir ideas.
Los fundamentalismos políticos y religiosos, el analfabetismo
y la carencia de libros hicieron de La Oratoria el método
más expeditivo para la difusión y el convencimiento
de las doctrinas. Los modelos oratorios enseñaron un
método, prescribieron un entramado, propusieron un
contacto enriquecedor y novedoso con otras civilizaciones
y sobre todo aportaron el ingrediente vital que caracteriza
El Ensayo como género independiente en la literatura:
la tesis personal. Montaigne entendió que su propio
juicio fundamentado en la ciencia y la información
podría ser válido y aportar la luz de su inteligencia
a los problemas que plantea la razón humana. Así,
en su proyecto, El Ensayo obedece a la necesidad de dialogar
y en este sentido es la manifestación de la más
alta lucidez.
La
vocación por El Ensayo es innata en el hombre. En sus
escritos Montaigne anhelaba la felicidad y no la sabiduría,
la formación de juicio y no el frío depósito
de conocimientos. Aspiraba a enseñar y moralizar y
a conocer causas y resultados estableciendo ejemplos que pudieran
servir de parámetros para juzgar, prevenir, concluír.
La necesidad de dialogar (o charlar) resume en el hombre la
urgencia del otro, la certeza de no saberse solo en este planeta.
No es cuestión de apareamiento, ternura o comunicación.
Ante la duda, la pregunta o la vacilación, la respuesta
es el diálogo. Si comparto lo que sé, me doy
cuenta de lo que no sé. En la charla descubro el placer
de tener la razón para afirmar mi yo y alimentar mi
ego. El adagio que dice "pena compartida es media pena"
traduce la necesidad de contarle al otro mis razones para
que esté de acuerdo conmigo compartiendo mi pena y
puedo hacer un modelo estereoscópico que me permite
verla en su totalidad y desde otros ángulos. En principio
un problema se aprehende mejor, se entiende mejor, si lo discuto.
Esta afirmación supone El Ensayo como la discusión
con uno mismo que fija un lindero entre la razón y
la pasión, el conocimiento y la ignorancia. Implica
urgencia de saber, posibilidad de compartir, necesidad de
confrontar, obligación de persuadir. En otros términos
El Ensayo es la expresión del sentido lógico
o del sentido común. Necesita de un orden para la presentación
de las ideas, de una jerarquización de las ideas. El
mejor ensayista no es el que escribe más bonito sino
el que convence y para convencer son obligatorias la claridad
y la precisión. En El Ensayo subyace un procedimiento
matemático que se alimenta de la lógica. Por
ello es la herramienta primaria de científicos y humanistas,
su vehículo de escritura. Se puede afirmar que sin
El Ensayo no serían posibles La Historia, La Filosofía,
La Linguística, La Ciencia, La Economía. En
manos de fundamentalistas y fanáticos es el arma más
poderosa para difundir credos políticos, religiosos,
filosóficos.
En
el nivel histórico El Ensayo es el espejo de una cultura,
nos dice del debe y el haber en el banco del conocimiento,
las cualidades académicas y universales del saber,
la extensión de su alfabetismo y profundidad y práctica
de sus valores. Si la novela es un modelo de la sociedad El
Ensayo lo es de su academia, del carácter de su escuela
y, sobre todo, de la índole social y ética del
hombre..."
Llegados
a este punto de la visita el guía se ve fatigado. Duerme
de pie en el cubículo del sexto lado en el exágono.
Esa página nos ha dejado con más preguntas que
respuestas, menos certezas que dudas, mayor pasión
que razón. El trenero despierta, bosteza, levanta su
lámpara, ilumina el camino. Hemos de pasar, exágono
tras exágono, examinar a ojo filas inteminables de
libros, en lenguas tan extrañas como inverosímiles,
que nos dicen poco. Hay ejemplares cuyo número de catálogo
copa todos los folios y el final solo contiene un párrafo,
una línea. Se escoge, también al azar, un texto
grande, con letras doradas. Su signatura topográfica
es la cifra del siglo, 36525. Abrimos la página 1943:
"... El Ensayo es el desarrollo de un ideario personal.
La confrontación de una tesis, o teoría, o planteamiento,
o juicio o simplemente certeza. En ese sentido un analfabeta
puede "escribir" ensayo si se atiene a su propio
método de explicación y convencimiento pues
toda persona tiene convicciones. Puede equivocarse por la
circunstancia del entorno aunque su acierto podrá estimarse
según un procedimiento lógico para encadenar
argumentos, sentencia que lleva a otra, corolario de corolarios,
singular e irrecusable: El Ensayo no necesita de método.
El método es el tema, el ensayista, pues el estilo
es el hombre, dijeron los latinos. Dicho de otro modo El Ensayo
es un examen, autoevaluación, autopregunta alrededor
de un tema. Esa prueba de poder consigo mismo tendría
alguna exégesis freudiana: si hay "conciencia
de ser en el mundo" con el primer recuerdo, hay identidad
si me descubro como ser pensante. Cogito ergo sum, dijo Descartes
pero más que tener pensamientos es registrarse pensando
en el otro y pensado por el otro para estar de acuerdo o en
desacuerdo conmigo o con el otro. El Ensayo es una forma de
"discusión autoafirmativa" que se vale de
un conocimiento basado en la experiencia, de una búsqueda
de lo que saben los otros lo cual explica por qué El
Ensayo no necesita de muletas, citas textuales y autores.
Lo que sé de los demás es ya aplicación,
saber interiorizado que me enriquece con nuevos rasgos de
identidad. Uno es la suma de todo lo que lee y por tanto es
absurdo buscar en mis escritos los rostros que me imprimieron
las lecturas.
Si
se mira por la ventana de la semántica Ensayo es igual
a experimento. La larga lista de sinónimos es gráfica
y efectiva: reconocimiento, examen, probadura, probatura,
catadura, prueba, sondeo, tentativa, averiguación,
tanteo, experimento, análisis, experiencia, es decir,
tratado como género literario El Ensayo es experimento
y así se pueden escribir experimentos sobre dios, el
ser, la patria, la poesía. Por lo tanto El Ensayo es
la suma de erudición más sabiduría más
equilibrio entre razón y pasión. Desde el punto
de vista de la persona es un acto de resistencia a todo tipo
de opresión académica, al ejercicio de poder
de las ortodoxias, a los actos de intimidación sobre
la mente. Es la expresión de libertad que afirma lo
que soy. No está sujeto a normas, métodos, fórmulas.
No es publicable. No es presentable. No es discutible. La
intrascendencia es su ruina si público y equívoco.
Si certero su consulta permanente será como la lámpara
de Diógenes que ilumina el camino buscando El hombre.
El
Ensayo exige del ensayista una larga visita a La Biblioteca.
En realidad nadie debería escribir ensayo antes de
los cincuenta años promedio suficiente y eficaz para
no equivocarse, explorar o conocer o aprehender lo necesario
y ser más razón que pasión. Si se entiende
El Ensayo como un proceso de asociación de conocimientos
se entiende mejor que la estadía en La Biblioteca es
también un proceso de purificación: La Biblioteca
es templo, refugio, ermita, lugar de peregrinación
y culto. Sapere audo, dijo el filósofo escolástico.
No hay conocimiento sin conciencia, el conocimiento es el
lugar de la conciencia donde El Hombre Es, sabe que Es, absorbe
identidad, se reconoce. Así, la más perfecta
traducción del lema latino sería, no atreverse
a saber, sino saber para atreverse a ser, saber para ser.
Luego, si se hacen las trasferencias de sentido El Ensayo
es ese lugar del conocimiento o de la conciencia
donde el hombre, El bibliotecario Es. Soy si sé y soy
mejor si escribo lo que sé y aporto al edificio de
la cultura ese grato e ingrato experimento que es mi saber
sobre el alma, mi criterio sobre la paz, mi idea sobre La
Historia...
El
ejercicio de saber para ser no es eficiente si en el saber
no existe el otro, si la conciencia no percibe al otro. Es
un conocimiento imperfecto, incompleto, que fractura y descompensa
la identidad. Yo no soy sin el otro: esse est percibit, soy
si soy percibido, soy si percibo al otro como mi par, como
el igual que hace equilibrio en el saber. Mi saber no existe
si no se da en el otro, para el otro y por el otro. Todo conocimiento
genera conocimiento luego El Ensayo Es el lugar de encuentro
con el otro, un punto en La Biblioteca para ser con el otro
y compartir y crear identidad, conciencia, más razón
que pasión, más diálogo que discurso,
más búsquedas que encuentros..."
El
trenero tose, retira las gafas del pequeño sillín
de la nariz, fija en nosotros su miope mirada, limpia los
lentes con un viejo y sucio pañuelo. Su lectura ha
adquirido el tono de vaticano dogma, solemne, enfático
y autoritario. Estamos ahora en un exágono oscuro.
Los largos anaqueles muestran los lomos negros de libros que
nos dan miedo. En su ficción Borges advierte que La
Biblioteca es ilusoria pues se repite al infinito por medio
de espejos convenientemente dispuestos. Ergo, si La Biblioteca
es la suma del conocimiento el conocimiento es ilusorio. Y
la conciencia. Y la misma existencia del hombre. El guía
se trae alguna treta entre manos. Sonríe desde el extremo
de un pasillo que lo retrata y proyecta más y más
al fondo, más y más arriba y abajo del laberinto.
Algún visitante nota que los libros tienen una pequeña
letra sobre la signatura. Tal letra no sigue la armonía
albabética y, en el aparente desorden, se forman palabras:
cristal, todo, nada, mundo. Alguno más toma apuntes
y su grito, herético en el silencio místico
de La Biblioteca, repica y retruena como una profanación:
¡Eureka!. Y explica: uniendo letras se forman palabras,
uniendo palabras se forman frases, uniendo frases se forman
mensajes. Encontramos viejos versos olvidados por el hombre
que, dice el guardagujas, guiarán nuestros pasos futuros
en "este portal". Las letras y las frases puestas
unas al lado de las otras, como cuentas de rosario, dicen:
"En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira.
Todo es según el color del cristal conque se mira".
Descubiertas las claves los visitantes juegan al encuentro
de sentencias: La Historia es la concubina del poder. La teología
es el fundamento de todos los fascismos. Las religión
es el fraude místico de los políticos. Los cielos
de todos los dioses están llenos de sordos, mancos,
ciegos, pervertidos, ladrones, y traidores. El guía
alcanza uno de los tomos de la palabra dioses. Lee: "...En
la ficción de Borges La Biblioteca es el universo,
o dios, o El hombre. Las mutaciones del libro y La Biblioteca
habrían motivado otra metáfora pues la tecnología
hizo posible que en La de Babel, los exágonos y anaqueles
infinitos, se volvieran finitos en el campo pequeñísimo
de un compacto, un disco duro, o la red aunque es probable
que la visión borgiana solo cambie en la forma. Papini
en cambio, que no conoció la pecé, sí
sospechó la posibilidad de esa mutación: Gog,
su personaje central, recibe en su oficina a un loco con una
propuesta "absurda": grabar las obras maestras de
la literatura universal para preservarlas de una posible conflagración
en "discos de acero" convenientemente guardados.
El problema consistía, en el tiempo de Papini, en la
cuidadosa y necesaria selección: ¿Qué
obras, qué autores debían ser calificados o
eliminados?
Ahora
bien: si en la intuición de Eco La Biblioteca es locura
y en Borges es confusión, como en la torre bíblica
¿cuál sería la metáfora de la
biblioteca virtual? ¿Y cuáles los efectos en
la educación, el hombre, el futuro...? Es verdad de
perogrullo que un cambio en la escritura significó
una revolución en todos los órdenes. El conocimiento
era privativo de quienes tenían La Biblioteca y accedieron
al título de sabios que más tarde se transformaron
simplemente en eruditos. El maestro de escuela fue siempre
un intermediario entre los libros y los alumnos; era o debió
ser, El Guardagujas que iluminaba el camino del conocimiento
y por ese poder los "guió" por caminos no
recomendables. El mejor guía fue quien abrió
de par en par las puertas de La Biblioteca sin preguntar qué
aprendieron los visitantes pues, entre otras cosas, jamás
volvió a encontrarlos. La Aldea global será
entonces de quien tenga la pecé así como en
el pasado lo fue de los habitantes de La Biblioteca. La imagen
de El Guardagujas que propone Mejía Rivera tiene aquí
todo su esplendor: nadie mejor capacitado para la guianza
a través del laberinto ciberespacial que el maestro
capaz de abrir sus puertas a un lector nuevo. Esta mutación
del libro en pecé, internet y ciberespacio trae otra
no menos interesante y perturbadora: los géneros literarios
son promiscuos, no hay linderos ciertos entre ensayo y novela,
poesía y cuento, teatro e historia y entonces derivamos
hacia una literatura de no texto, no autor, no fama, no gloria.
Cuento, novela, poesía, dramaturgia, ensayo vienen
a ser creaciones del inconsciente global, no serán
de nadie a no ser que superen las dos dimensiones largo
y ancho pues las otras artes, vale decir, escultura,
arquitectura aún podrían conservar su identidad.
A
esta altura de la peregrinación, el trenero se ve fatigado.
Nos anuncia una última parada. Nos sitúa frente
a un portalón grande, abierto de par en par. Desde
afuera se notan cubículos dispuestos con tintas, papeles,
plumas, lápices, bolígrafos. Arriba, en el curvo
dintel, está escrito un lema en letras doradas: "Ésta
es la ciudad de los que nunca regresan. !Penitenciágite¡"
El guardagujas nos conduce a los cubículos. En uno,
iluminado desde arriba por una lámpara imposible, hay
un libro abierto en la primera página. Lee: "...Los
diez mandamientos de la santa madre escritura". En la
siguiente el texto es el que sigue: "...los lingüistas
acuñaron una verdad conocida hoy por la Comunidad Científica
Internacional: en el conocimiento existen dos saberes: un
saber intuitivo, espontáneo, transmitido por el uso
oral de generación en generación. Así,
un niño practica categorías gramaticales, por
ejemplo, ubicación, uso, necesidad aunque no sepa las
razones o las definiciones. Un hablante analfabeta utiliza
verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios pero si se le preguntara
qué es un apósito quedaría tan pasmado
como si viera un físico demonio. Y hay también
un conocimiento de especialización, reflexivo, buscado,
transmitido en las escuelas y guardado en las academias. De
esta manera, el aprendiente busca orígenes, variables,
usos que explican el quehacer de categorías gramaticales,
funciones de la lengua, etimologías de las palabras...
Este
acuño implica algunas observaciones interesantes:
Un
analfabeta podría escribir ensayos magistrales. O un
científico puede ser un analfabeta. Podría escribir
obras maestras siempre y cuando practique el dicho popular:
"Zapatero a tus zapatos" es decir, un químico
jamás lograría redactar una obra maestra sobre
La Historia de Egipto, por ejemplo, a no ser por la combinación
de ambas disciplinas lo cual es solo probable. O al contrario,
un historiador podría escribir una buena obra sobre
La Historia de La Química en Egipto si combina las
dos disciplinas lo cual es solo probable.
Esta
disgresión permite formular, taxativamente, algunos
mandamientos de El Ensayo que evitarían pecados graves
y faltas leves cuando se trata de enfrentar la "pesadilla",
para algunos, de la hoja en blanco.
1.
Solo se habla de lo que se sabe, se escribe como se habla
luego se escribe de lo que se sabe.
2.
Todo saber implica un orden, un proceso, un descubrimiento,
un curso, luego todo escrito implica un orden, un proceso,
un curso. En la "obralización" se dan claramente
tres fases:
- La
apropiación del tema mediante el raciocinio, la lectura,
la charla.
- La
exteriorización del tema por el discurso bien sea
interior, de auditorio, de café.
- La
transferencia del saber por medio de la escritura.
Todo
hablante es un escritor en potencia pero el saber no se transfiere.
La dificultad para expresar una idea nos dice que o no estamos
seguros del saber previo o nos falta un orden. En este caso
es necesario repensar, hablar con uno mismo, la almohada,
un amigo, la esposa, la novia...
3.
Es necesario un plan de trabajo, anotar las ideas principales
y secundarias y desarrollar ese ideario, primero expositivamente
(aunque sea frente al espejo) y luego por escrito. En el proceso
de apropiación de una lengua, y por lo tanto de un
saber, son antes la oralidad que la escritura, el discurso
que el libro.
4.
No temer equivocarse. Errar es humano y se aprende más
del error que del acierto. Reconocer el error nos hace mejores
frente a nosotros mismos. Y los errores más frecuentes
podrían ser:
- Las
repeticiones.
- Las
terminaciones adverbiales rimadas, especialmente en mente.
- Las
muletillas.
- Las
expresiones idiomáticas y las frases del filósofo
cajón.
- La
pérdida de la lógica gramatical como en el
hipérbaton.
- Las
palabras ómnibus.
5.
Escribir bien significa leer mucho, escribir más, corregir,
corregir, corregir. Detrás de la maestría de
un autor hay veinte o treinta correctores anónimos
que se encargan de los minuta pecata del "maestro".
6.
No hay qué preocuparse por el estilo. El estilo es
uno mismo. Uno es la suma de lo que lee, vive, sabe, busca,
interpreta...
7.
Las normas ICONTEC son de rigurosa observancia, constituyen
un manual internacional de cortesía obligatorias solo
cuando El Ensayo tiene por destino la academia, el profesor,
una institución calificadora. Un trabajo malo seguirá
siendo malo bajo la apariencia elegante del ropaje. Otro excelente
puede ser de mal recibo o causarnos repulsión por la
razón contraria.
8.
Hay qué cuidarse de los adjetivos: son las más
traicioneras de las palabras, no siempre aplican la virtud
que deseamos, se vuelven melosas, nos hacen caer en la trampa
de las rimas interiores.
9.
Darse tiempo. "No escribas hoy lo que debes presentar
mañana". Errores, aciertos y correcciones probables
solo se ven en perspectiva. La escritura es un espejo donde
cada cual se mira: más bonito, más interesante,
más alto... Una simple mirada no atiende a la verruga
de la nariz, al tamaño de las orejas, al amarillo de
los dientes, a la forma rechoncha y baja del cuerpo.
10.
Es bueno y saludable registrar la obra antes de someterla
al juicio de extraños o conocidos. Si es auténtica
y costó esfuerzos y sacrificios y el autor se siente
orgulloso de ella como de un hijo, puede mostrarla, hacerla
pública pero en última instancia no escribir
para publicar, la universidad, la materia o el profesor: la
ley dorada es escribir para uno mismo no importa lo que piensen
los demás..."
Levanto
los ojos del papel. El guardagujas se ha vuelto invisible.
Miro alrededor y descubro que estoy solo en la inmensidad
de La Biblioteca. Como dios.
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