P O R T A D A        
Salomón Valderrama Cruz
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  38     Umbrel medita y dice: Poesía, no quiero este camino.    

Umbrel medita y dice: Poesía, no quiero
este camino

 
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Exijo ausencias cuando yo poemo
Propugno el culto de la errata
El celeste relámpago de la equivocación
El juego mágico de malentendidos entre versistas y leyendas
Alberto Hidalgo

Todo el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual.
Isidore Ducasse

Todo es poesía menos la poesía
Nicanor Parra

Hacemos, compramos y vendemos armas todos los años porque no, todos los años, hay guerra.

 

Pobre. Tronado de mirada promiscua. Cobarde de asco, de pena por yenes, euros, dólares o leyes o números. Muy pobre y prisionero es ya, poética, a traición, el intelectual del siglo XXI: el poeta, el narrador, el jugador, el 'artista del software' (diferentes en lenguajes y en sí mismos: como antirreales). Por niveles se enriquecen o gradúan de sus vidas como implantes para saber e igual volar. Tratando, y aun tratando de levar la monstruosidad, es más rentable y por lo tanto más real, repetido o televisado, la cuestión: intromisión o imposición de la belleza. Así lo ven los frágiles o estorbos, igual, poetas de la calle donde no se encuentra ni se siembra las nuevas voces de las flores secas, las flores tetas o penes, las flores de aquel que comió el carbón de las nubes. Pero escucho un eco atrapado, todavía en algún rescatado Blaise Pascal: El corazón tiene razones que la razón no conoce; se ve en mil cosas. Yo digo que el corazón ama al ser universal naturalmente y a sí mismo naturalmente, según se entregue a ello, y se endurece contra uno u otro a su gusto. Habéis rechazado al uno y conservado al otro; ¿es que os amáis por razón? El corazón es el que siente a Dios, y no la razón. De ahí lo que es la fe. Dios es sensible al corazón, no a la razón, en el que no entiende la forma de penetrar la roca. Los orines que se beben mejor en botellas de 8000 dólares. Las poquísimas universidades donde se vende los condones para penetrar en los hoteles cinco estrellas. Ya lo sé, según me han enseñado y yo, he hecho que, he aprendido: sólo los, realmente, fuertes toman las decisiones o pecados para existir en función de los que obedecen y recuerdan, se acuerdan y acatan. Se atrapan agua y declaran fuego como sonidos de fin y génesis de Altazor. O debo oponerme a existir: Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica debo ser porque hago con el Mundo, mi hueso, y lo que quiero. Lo que, cuando me resisto a creer y crear mi final, tortura, niñez, feliz Poesía de otoño:

¿Por qué me acechas de este modo, poesía?
¿Por qué me persigues insistentemente?

Bien sabes tú que nunca te he llamado
y menos ahora en que espero el otoño
sentado entre pardas bancas de marzo.
¿Pero qué sabes tú de las cosas?
Nada te puedo explicar.
Si te he amado y poseído entre las noches
ha sido porque tú me lo pedías
y porque venías hacia mí, no te buscaba.

Sí, lo sé, no me lo digas,
yo accedí blandamente a tus llamados
y entre tus manos era un títere
ridículo y viejo
sumergido en las montañas y en los mares.
Nunca te he buscado, poesía,
ya no te busco,
te siento ahora en mi garganta.

Ya no puedo librarme de ti,
y no es que esto me haga llorar,
ay,
pero sucede que te vuelves excluyente
y ya no puedo poseer a la noche ni a la luna,
ya no puedo poseer a los ríos ni a los mares
como la poseía de niño:
acariciándolos y dejándolos partir.

Hoy los retienes entre tus finas manos,
y cada noche,
y cada luna,
y cada río,
y cada monte,
es diferente al que grabaste en los árboles,
diferente al que escribiste,
diferente al que ahora imaginamos.

Y es así como llenas centenares
de páginas sobre el invierno,
o sobre la primavera,
o contra el verano
o a favor del otoño.

Y siempre repito los mismos mares,
los mismos ríos, las noches,
pero que nunca son iguales para mí.
(Para otros pueden ser idénticos
las lunas o las noches,
o los días del otoño y del verano).

En estos días, por ejemplo,
nos hemos sentado calladamente
a cantar el advenimiento del otoño.
Y qué se va a ser,
el canto ya está escrito
y no puedo ahogarlo ni destruirlo,
porque contra ti, poesía, nada puedo,
porque contra ti nunca he podido,
porque contra ti nunca podré.

(Javier Heraud. De Estación Reunida, Lima, 1961)

De pureza, culpable, muriendo el que no entiende. Poema que se traduce, es poesía que no se traduce. A la vez me encuentro en el nudo inerme a la espada Aristóteles. De riqueza, a la voz, pertundeando. Sonriendo a y bailando en, la fuenteflor, siempre, prohibida. Los truenos del resolver para disparar los versos, locura, humilde locura de estar, sin dormir, enamorado de pensar sin comer ni beber. Palo seco de amor. La desaparición del segundo sexo, la aparición del tercero y del cuarto, la desaparición del tétrico objeto. Como sabio café derramado sobre el papel pegado de mi cuerpo y otro cuerpo (testigo de otros cuerpos), en 'nudo' o disección de piel o pared: El rapto de Proserpina de Gian Lorenzo Bernini, disuelta como paz del sexo asociado al frágil dolor, dócil Figura reclinada de Henry Moore, para atrapar, para sentir cómo rema el tremendo y duro amor. Así como bailarina en húmero libre. Las pastillas lanfranco tronchan la palabra archivo de Algemiro que pedalea una mala biografía del amor: túnel migrante de novelas que sostienen los motores dérmicos en la fallida altitud, semáforo de las ubres tecnológicas. Policía de los sueños, metástasis del himeneo fóbico, políptico de Schiller y Hölderlin. Palacio antigenético o apagada luz antídoto del uso femenino. Arte y revolución en las bañeras de Berlín, caramelos de jabón, cuatro días sin dormir y renuevo el café de los papeles, belleza de museo, sentimiento absoluto extinguido en posesión de economías de cerebros: corazón-cerebro. Hasta que me abren el cubo o Cuba, igual esfera, irrumpo en las puertas de José con Lezama Lima con El primer encuentro con Lezama:

Llevo un sol en mis bolsillos
pero ya no tengo nada en mí
no puedo soñar cantar pensar en cosas concretas
no puedo soñar cantar escribir ese poema para ti mi gatita
arañándome el hombro
y mis vecinos me tienen controlado
me ven llegar como una peste
y hablan de mí
entre comillas soy el ocioso el paria el que llega tarde en la noche
y corro por estas calles de Lima
buscando recordando a Vivian
cayéndome en pedazos consumido por mí mismo y tú no hacías nada
por mí, viejo Lezama, estás ya viejo, pero te guío por estos sitios
Vivian solía aparecer desnuda con sus enormes muslos de cedro
y mira acá esta foto: es Jericó devastada por el mal uso de los sebos
por la droga, las flores de plástico
y sal un poco de tus páginas, de esos aires, Lezama, sé que el asma es
tu paraíso
pero comparando nuestros árboles, nuestra sana manera de tendernos
en la yerba
yo habito más que el infierno
y debo caminar pudriéndome por quedar bien contigo mientras vamos
paseando por Tacora
entre prostitutas y ladrones
que no logran robarnos nada porque nada tenemos pero tenemos
hambre y comemos ciruelas
y corremos fugándonos sin cancelar la cuenta
y otra vez estamos en la plaza San Martín frente al caballo inmovilizado
por las cámaras de los turistas
sin saber dónde ir ni qué ómnibus tomar
sin saber cómo ni cuándo apareciste en Lima sorpresivamente como
esas pocas lluvias que llegan para lavarnos de la duda
y ahora estamos contigo en el café Palermo
ahora ya puedo decir que tus palabras huelen a manzano y los
manzanos son gente sencilla que ignora el uso de la palabra
gente que ignora
el mal uso de la palabra
ahora sé que nada se perdió
y aprendí que el verso más claro está garabateado sobre la pared
de los baños
y voy recitándolo con voz sonora en medio de la calle
mientras me alejo y llevo a Lezama prendido como un laurel sobre
el ojal de mi camisa
yo no quiero brillar con esa intensidad de aviso Phillips
yo tengo un brillo en las pupilas
tan claro como el verso más claro que ahora voy gritando por estas
páginas sórdidas
y somos arrojados uno al lado de otro sobre esta gran ciudad caminan
un par de iguanas
reptando y comiéndose la luna
uno más joven que el otro
uno más flaco y pálido y callado y con las alas cortadas por la
rutina de estar continuamente dando batallas a la rutina
dando vueltas
y más vueltas encima de los cables
otra vez solo
sin nadie con quien cruzar unas palabras, una idea,
y los ojos están ardiéndote,
todo lo que miras es alcanzado por el fuego,
como en la hora del Juicio Final,
he llegado a mí después de haber gritado en las praderas porque
todos huían de ti pero ya tú habías huido de todos
y el corazón te quema más que un buen vaso de brandy y en el
estómago
más que todos los fogones ardiendo juntos de noche sobre los campos,
el corazón es mi palabra y más que mi palabra soy yo ardiendo de
noche sobre los corazones que aún no han conocido el
amor
y están desesperados gimiendo arrancándose los cabellos.

(Enrique Verástegui. De En los extramuros del mundo, Lima, 1971)

Estaba sentada como encima del autobús y no sabía qué hacer y no sabía a dónde ir. Su pequeñez se dibujaba levemente como toda la poesía encontrada al observar la arena transportada por el viento. Y no entendía porqué los nueve años tenían que ser tan duros, tan terribles, tan malvados, tan mezquinos. Todo lo que ella amaba: al amigo, al papá, al amante de sueños pensados entre esculturas de papel; el que le leía todas las noches alguna poesía, algún fragmento de la novela del mes o de los cuentos de la semana. Historias que ella amaba, que ella en su calma entendía a su modo; y eso sí: su padre nunca le dijo piensa como yo, mas sí le instruía a crear, a ser ella y nadie más. Es por eso que sufre, fue testigo de la despedida de su padre, cuando lo mataron, para ella fue. La descendencia, lo único que nos sujeta a este mundo de ideas, a este mundo de dudas y destinos insolventes. Su padre, un existencialista nato. Y su único destino, de regalo, lo que llevaría siempre: Encuentra tu felicidad, no seas como yo, veinte años de mi vida dedicados a seguir una pregunta, una duda, a seguir el pensamiento de otro y no el mío. La vida de otro y no mi vida . Entonces abrió los ojos, el alma: tierna, bella, pura como la fuerza infinita... sutil, del Caballito de Totora penetrando hacia la mar. Esa suave y laxa gota de agua que te sujeta hacia la vida. Llora. Perdió lo más querido. Pero es fuerte, es segura y sabe que tiene que partir. Entiende en su exigua experiencia que si se queda sufrirá y hasta tal vez muera. Y así como una historia repetida, parte con los hombros y las manos hacia un punto del afecto, del extraño ya sentido, como su padre en el año mil novecientos setenta y tres al abandonar Francia. Ella dejó La Libertad. Se va de la Ciudad de Barro. Y así la suavidad, la sutileza erigida en una niña sensible se matiza en despedida, en una lágrima roja. En un vuelo, en el vuelo que la hace verse como Aquel bello pariente de los pájaros:

Aquel bello pariente de los pájaros
que escondía su sombra de la lluvia
mientras tú dirigías
sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.
El niño aquel -¿recuerdas? que subía
por el estambre rojo del verano
para contarte ríos de perfume,
cabellos rubios y país de nardos.
Tu niño preferido (¡Si lo vieras!)
es el alma de un ciego que pena entre los cactus.
Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,
rabioso jardinero de otoños enterrados.

¿Y sabiendo eso lo quisiste tanto?

¿Lo acostumbraste al mar,
al sol, al viento,
para que hoy ande respirando asfixias
en un pozo de náufragos?

¿Para esta pobre condición de niebla
defendiste su luz de enamorado?

Poesía, no quiero este camino
que me lleva a pisar sangre en el prado
cuando la luna dice que es rocío
y cuando mi alma jura que es espanto.

¡Poesía, no quiero este destino!
¡Llévate tus sandalias!
¡Devuélveme mis manos!

El final de la historia lo dirán las estrellas
y las hojas que cubran mi sueño sepultado.

(César Calvo. De Poemas bajo tierra, Lima, 1961)

He tenido un sueño como nunca antes, en toda mi vida hasta ayer. Y ha sido ¡terrible! pero a la vez melifluo. Soñé que estaba perdido, que no sabía qué hacer con mi vida, que lo había abandonado todo. Soñé que repetidas veces me sentaba en una banca de madera, a unos pocos metros de una ingente roca; en la perspectiva de todo lo que me rodeaba era la roca más grande. Soñé también que nunca me sentaba solo, que siempre había alguien conmigo, que siempre estaba allí, y sólo hasta hoy lo pude sentir. Lo pude vivir. Soñé que todo lo que sabía hasta ese entonces era un engaño, una farsa. Ya que todo nuevo ante mis ojos se dibujaba. Soñé tanto, pero tanto que pude ver el cielo. Sí, estando en Lima pude ver el cielo y las estrellas y la luna y las auroras, y hasta vi que en esa roca se había detenido el Universo todo. Infinitos caminos vi trazarse en el cielo hacia mis ojos. Soñé que me había enamorado. Sí, ahora que prácticamente no tengo memoria y todo sumaba como nuevo, yo me sentía presente y vivo. Pero, también soñé que este amor era prohibido. Soñé que las leyes de los hombres me acababan. Soñé que ese vacío que cargaba ya no estaba. Por un instante inconmensurable, soñé que yo estaba completo. Soñé que todas las interrogantes se habían depositado en ella. Que la explicación del Universo era ella. Que mi vida se había sintetizado en este encuentro. Además, soñé que ella también me soñaba en una banca, en la misma banca de madera, a unos pocos metros de la ingente roca. Y de pronto todo se volvía blanco y negro y rojo... y de pronto desperté ¡Aterrorizado! Así viviendo y no leyendo me he dado cuenta que a cada instante al amor se pierde. O me he matado y me has perdido o me estás buscando y me estás perdiendo o Te estoy perdiendo:

Te estoy perdiendo
en cada voz que escuchas,
en cada rostro que contemplas,
en cada gesto tuyo,
en cada lugar
que recibe a tu cuerpo.
Ser como la luz
que te envuelve, por la que dejas
un retazo de sombra. Ser
como la noche que te obliga
a un pensamiento, a un deseo,
a un sueño.
Ser una materia leve,
una corriente extensa
que te persiga siempre.
No ser esto que soy
y que te está perdiendo.

(Wáshington Delgado. De Formas de la ausencia, Lima, 1955)

Entre paredes son más de cuatro: Entre cinco apartes me muero, entre siete presentes me extingo, el ayer de mi muerte. Sólo son cuatro las vidas que tengo y sólo es una la que me falta, la que me llama y la que me sobra. El universo en mi mente sólo la sangre, paredes que abrazan, quehaceres que duelen. ¡Prohibida la muerte! Mi última vida: lo que brilla de día, lo que sangra de noche. Orines juntados, catorce botellas, poesías que ahuyentan, paredes que caen: ovillo de luna clavada en figuras. Volando ya lejos el alma esparcida, señales de humo, estaciones de arena, estruendos de muerte regada la vida. Decapitadas las vidas, los sueños; cajones de fruta: pinceles de nunca. Copularse uno mismo, los ojos, la vida. Muriendo la muerte. Muriendo la vida. Paredes que priman, que aplastan, los verdes colores, lo que esparce el avance: millones las vidas, la sangre, la idea. Paredes de tierra, figuras que estancan, el habla ya ausente, el abrazo cruzado. Paredes que sueñan que viven que piensan la vida del qué se queda. Pared, la metáfora, lo que gime: la vida en el cielo, la casa de otoño. Figura de piedra que escapa la muerte, pensando sonríe la pared de mi abismo: escasez en el cielo el hoyo que miro. Paredes con sangre, las cenizas que sobran. Coronas de acero, el siglo y la fuerza son brazos de idea, lo que alcanza la vida. Paredes que amarran que arrancan extinta la danza ya sólo paredes. Figuras que piensan. Palabras que mienten: para mí, idea, mi muerte escrita. Paredes que atrapan mi única, mi última vida. Paredes que sobran que sueñan. Paredes que viven que piensan. Paredes que mueren que bailan. Son cinco mis vidas y tan sólo paredes. Son siete mis muertes en sólo paredes. Paredes de acero, paredes de hielo, paredes que pienso en, que pienso que soy El guardián del hielo:

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y en seguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

(José Watanabe. De Cosas del cuerpo, Lima, 1999)

Lo apreciable de lo que tenemos jamás está alejado de nosotros. Lo infinito de lo que somos jamás está en la conciencia de algún otro. Todo lo que tememos al mostrarnos como somos es lo que siempre seremos. Lo que amamos, lo que soñamos, lo que vivimos, lo que pensamos en el silencio, en la soledad, en sí como uno mismo y como el otro y el otro.

 

Diciembre de 2005,
Chorrillos - Lima - Perú

       
       
       
       
       
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