P O R T A D A    

Salvador Allende y Pablo Neruda. Juan Diego Incardona

Mañana
de Cobre

Aproximación inductiva
y
homenaje a Salvador Allende
y Pablo Neruda

 

Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentada
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes
Pablo Milanés

 

Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena de Pablo Neruda es vendido por las calles de Santiago a partir del 18 de febrero de 1973. A la vuelta de la esquina, incluso más allá de las cuadrículas repletas de viviendas obreras, una mañana color cobre como el cielo enterrado del país, alguien recibe el extraordinario panfleto, pero le parece oír, primero de modo circunspecto, deslizándose suavemente y aún confuso entre las capas de aire, y luego apenas claro, más precisamente claroscuro, como la voz que surge de la radio cuando la sintonía es acertada por la aguja y la lumbre que recorren el misterioso dial, un extraño sonido, quizás un híbrido, una mezcla: voz, voz humana, e interferencia, perseverante y cruel interferencia. ¿Acaso ya se escuchan los motores de los Hawker Hunter que bombardean y ametrallan La Moneda y llevan la muerte al compañero presidente Chicho Allende? El obrero, el estudiante, en la mañana de cobre donde reverbera el bermellón de la sangre, abre el libro y lee un verso al deliberado azar: "El presidente es Salvador Allende". Pero el sonido confuso que la radio del tiempo siempre transmite, con repeticiones, variantes y simetrías, ahora se asemeja a una voz, a una voz familiar, y ya no se sabe qué llega de las páginas y qué del cielo-suelo que abraza la situación: "...el compañero presidente no abandonará ni a su pueblo ni a su sitio. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida". Extraña literatura, el libro y la mañana de cobre, la realidad y la red simbólica convertidas en una masa indivisible. El trabajador, el estudiante, el palanquero, el rabadán, el alarife, el labrador, el gástifer, el simple cachafás de regimientos, capaz de trenzarse a puñete limpio o de echar fuego hasta por las orejas, lee el libro, ¿pero dónde está el libro? ¿Y dónde está el poeta? Las palabras no son palabras y el poeta no es poeta. Las palabras son piedras araucanas y el poeta es bardo de utilidad pública. Una mañana de cobre, chilena y latinoamericana, punto de encuentro de la victoria y la derrota, de la grandeza y la traición, una mañana de confluencias, de hombres y de fulanos. En una calle de Santiago, a la vuelta de la esquina, en el rojizo punto infinito donde las íntimas ideas rompen canastos y vuelan como mariposas, el libro es panfleto, maravilloso panfleto, destinado a la destrucción del enemigo. Y cuando el infinito está en las calles, las paralelas se tocan en la propia gente.

Palacio de la moneda, 11-09-73.El libro-panfleto fluye, refluye y confluye, es incitación y alabanza en el punto rojizo, en el lector. Y las aguas se confunden. Y, por supuesto, es pertinente. Confluencia. La incitación es al nixonicidio y la alabanza es a la revolución chilena, pero también la incitación es simultáneamente alabanza de la propia voluntad combativa y la alabanza se celebra a sí misma como incitación al compromiso revolucionario. Y ese compromiso alabatorio e incitador llega en la mañana de cobre y caen sus palabras de inminente futuro de nubes confluentes, de nubes tan latinoamericanas:

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! (Salvador Allende, mensaje radiofónico. 11/9/1973).

La mañana de cobre muestra algunos rayos de luz y las sombras que nacen de entidades y personas a la vuelta de la esquina parecen reflejar palabras sobre el empedrado, página de piedras araucanas donde los pies mártires escriben textos entintados de sangre popular. Y la lucha debe continuar, por la justicia y la dignidad de los pueblos. Entonces el bardo, boca pero también pierna de la multitud, reparte municiones en la feria debajo de la mañana de cobre y sangre, y luego, firme, comienza a disparar:

... verso a verso matemos de raíz / a Nixon, presidente sanguinario. / Sobre la tierra no hay hombre feliz / nadie trabaja bien en el planeta / si en Washington respira su nariz. / Pidiendo al viejo bardo que me invista, / asumo mis deberes de poeta / armado del soneto terrorista, / porque debo dictar sin pena alguna / la sentencia hasta ahora nunca vista / de fusilar a un criminal asdiente / que a pesar de sus viajes a la luna / ha matado en la tierra tanta gente, / que huye del papel y la pluma se arranca / al escribir el nombre del malvado/ del genocida de la Casa Blanca. ("Comienzo por invocar a Walt Whitman", en Introducción al Nixonicidio y Alabanza de la Revolución Chilena, México, Editorial Grijalbo, 1973).

Hoy, lunes 12 de abril de 2004, en una mañana de cobre en Buenos Aires, Nixon se llama Bush; el genocida de la Casa Blanca se llama el genocida de la Casa Blanca.

Rindo aquí, a través de estas citas, mi homenaje a Salvador Allende y Pablo Neruda, héroes populares, hombres, piernas de multitud.

Neruda:
"Y así llegué con Allende a la arena:
Al enigma de un orden insurgente,
A la legal revolución chilena
Que es una roja rosa pluralista"

Allende: La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas. En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de Mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado.

Neruda: Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados. Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho.

Allende: En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato consciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas.

Neruda: A renglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas. Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.

 

En la mañana de cobre, profundidad del cielo de cuyas entrañas se extraen oraciones pronunciadas por muertos que no mueren, cielo-carne, cielo-espíritu, entre versos y disparos, incitaciones y alabanzas, trabajadores y estudiantes y traidores y fulanos, 12 de febrero de 1973, 11 de septiembre de 1973, 12 de abril de 2004, las calles y La Moneda, Santiago y la Casa Blanca, Nixon, Bush, Pinochet, acá y allá, nubes, cielo, suelo, sangre, piedras, palabras, cueca, chicha, páginas y calles, un trabajador, un estudiante, lee versos al deliberado azar y le parece escuchar voces:

Chicho no se suicidó, a Chicho lo mataron. Lo mataron los traidores, como a Cristo, como al Che, como a los millares de hombres y mujeres desaparecidos y asesinados en el interminable Gólgota latinoamericano.

Extraños sonidos. Angustia. Allende, tu cuerpo será escondido y tu voz será callada. Neruda, tu casa será saqueada y tu voz será callada.

Extraños sonidos. Esperanza. Allende y Neruda, sus voces jamás serán calladas. En el dial de la mañana de cobre transmiten sus palabras interminablemente, se arrojan, orgullosas y vehementes, sus piedras araucanas al estanque de la dignidad de los pueblos. Y que los tiranos se salpiquen. Mejor aún, que se ahoguen en el implacable tiranicidio de los bardos justos.

Palacio de la moneda, 11-09-73.

© Juan Diego Incardona Datos sobre el autor
Jordi Graupera: Sólo puedo quererte con olas a la espalda. Hernán Andrés Vargas Leguás:  Crecer con Pablo. María José Sánchez-Cascado: Alacena elemental (la cocina de las Odas). Mercedes Serna Arnaiz:  El erotismo doliente. Nostalgia y soledad sexuales. Manuel Garrido Palacios: Nerudiana. César Antonio Sotelo: Que pase el mar... Pieza breve en tres escenas.
Andreu Navarra Ordoño:  Tendido sobre la última sombra (lecho de muerte). Juan Diego Incardona: Mañana de Cobre. Fabio Borquez: Isla Negra. Antología Enlaces Un juego
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